miércoles, 1 de septiembre de 2010

Viernes

Y cerré los ojos al amanecer. Siempre sedoso su suave silencio asomando al fondo y alargando las sombras de los escasos quietos, inmóviles testigos del fuego eterno que canta la misma serenata día tras día.


Día tras día...


Cerré los ojos, ásperos de tragar otra noche de roces, de coces que escuecen, de cocerme otro viernes recóndito en el que se pierde el rastro de toda herradura amiga.

Los cerré...

Y la luz murió en un chasquido de párpados azules y lenguas de tierra movedizas. Los brazos fusilados besaron el colchón virgen de eso y los ojos se volvieron al pasado de cara a las entrañas, fue un coma necesario como el comer.

Y ya nada volverá a ser igual, ya nada volverá a ser igual...

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