lunes, 30 de noviembre de 2009

Él era un chico corriente [Parte Final]

Aquella noche que terminó siendo día nadie le condujo por esas calles, no fue el viento, no fueron esos pasos que creyó haber oído, él estaba allí y no en otro lugar porque debía estar allí, como si el destino lo hubiese escrito a su apetito, hambriento por poner entre la daga y el muro a un chico cualquiera, un chico invisible, a un maldito afortunado que había tomado quizás el camino equivocado, camino al fin y al cabo, sabedor de que solamente en la nieve, fantasmas o no, todos dejamos atrás las huellas de nuestros pasos.
Pero allí seguía sin nevar.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Aquí huele a hierba

Y la musa se fue, hizo mutis por el foro y emigró al norte, lejos de aquí, me dejó congelado, con las ideas marmóreas y rígidas dictando año, mes, día y hora de la defunción, bajose el telón. Nunca más, la suma pesimista que da el último empujón al fin. La misma canción, la nota quemada, la almohada insaciable, la manta arrugada del día anterior. Quema tanto la mañana aún siendo invierno en el infierno... Queman tanto las pupilas mareadas, la marea salada, las heridas...
La vida vacía, la botella sin licor, la pausa...

jueves, 26 de noviembre de 2009

Llueve afuera

Llueve afuera, limpia con su marea los restos humanos, los arrincona en portales, como la escoba y el polvo esquinado. Son tan importantes los tejados que el peso de la importancia que les damos siempre se nos viene encima y nos amasa.
Es entonces cuando nos mojamos.
Llueve afuera y tengo la mirada sedada de un asesino a sueldo que sesga trozos de su vigésima octava víctima para meterlos en bolsas de plástico negras. Tengo un coche blanco y sucio y un maletero lleno de agua del cielo que lanzo a la calle cuando quiero quedarme solo fuera de casa.
Llueve afuera y miro sin piedad, como el león que no puede esperar a pagar y que desgarra lentamente los tendones carmín de su carro de la compra.
¿Dónde se quedaron nuestros gestos?
En el iva del ticket de compra.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Él era un chico corriente [Part. IV]

“Disculpe… ¿Me pone un café con leche, por favor?”
Una chica morena con un bolso marrón y una carpeta azul entró en el bar, obviamente no era una borracha. Su cuidado aspecto reflejaba limpiamente una imagen meticulosa, fruto del esfuerzo invertido en detrimento de horas de sueño.
Los chicos del café abandonaron su ritual para ofrecer sin timidez un largo y tendido vistazo a aquel cuerpo que pasaba y posaba delante de ellos. Después de un par de comentarios sin verbo y onomatopéyicos bajaron la cabeza nuevamente y retomaron la ceremonia en un café casi vacío y frío ya.
Ella se sentó lo suficientemente cerca de él como para que advirtiera su presencia y lo suficientemente lejos como para salvaguardar su intimidad. Las miradas se cruzaron sin ninguna intención. Dejó la carpeta sobre la mesa, el bolso en el taburete y antes de que se acercara a la barra allí estaba, dedicándole el mejor de sus gestos el dispuesto camarero que gentilmente le atendió. Mientras, el chico del biombo gris seguía atento la jugada. Esperó de pie su café con leche y en menos de un minuto se dio la vuelta plato en palma hacia la mesa, donde se abanicó rauda con el sobre de azúcar, lo rasgó y lo volcó de lleno sobre el líquido vainilla. Tras varias vueltas de reconocimiento, no vaciló a la hora de engatillar la taza, su preciosa boca se hizo un punto y seguido y bebió tímidamente.
“Pero… ¿¿¿Y mi café???”. Dijo alterado.
Nadie contestó.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Él era un chico corriente [Part. III]

“Hola. Me pones un café con leche, por favor”
El camarero seguía ordenando los vasos, que montaban guardia en línea militar, mientras el chico lanzaba su mirada en parábola como una jabalina hacia el exterior a través de la ventana, como esperando algo o a alguien, adivinando que nadie vendría a salvarle. Encendió silencioso otro cigarrillo en aquella esquina con el fin de construir un cuarto en un metro cuadrado de paredes con ladrillos de nicotina y pegados con alquitrán. En medio de la masa ruidosa lo mejor es colocarse los cascos con la música a todo volumen, es otra manera de gritar y él gritaba para dentro succionando el cigarro y escupiendo cortinas de humo, convirtiéndolas en breve biombo que le ocultaba de nadie.
Los primeros que entraron en el bar fueron dos chicos que todavía dormían de pie, apenas hablaban. Dejaron sus mochilas en dos taburetes delante de la barra y pidieron dos cafés bien cargados, uno se sentó todavía con la cazadora puesta y con las manos rezando entre las piernas, clavó ensimismado su mirada en la mesa hasta que su compañero llegó presto con las dos tazas bien calientes. Hablaban del sueño, del frío y de las pocas ganar de ponerse a estudiar al son del cubierto que mareaba el café. Oteaban la taza concentrados y giraban la cucharilla en contra de, como si se tratase de un ritual que hiciera retroceder el tiempo para ganar horas de estudio.
En ese bar uno podía ser o bien un estudiante o un borracho, y el solitario no encajaba en ninguno de los dos patrones. Tenía la juventud del universitario y el ebrio cansancio que convierte al ser humano en muerto viviente desterrado de su tumba de neón y cristal. Parecía que pasaba inadvertido. Pasaba el tiempo, y el reloj de su paciencia se agrietaba lentamente…

lunes, 16 de noviembre de 2009

Él era un chico corriente [Part. II]

Seguramente los buscadores de pepitas habrían encontrado la muerte en aquellas tierras baldías.
De pronto, como si de la nada hubiera salido, el sonido volvió. Tan nítido como misterioso, pero esta vez volvió multiplicado, como gotas de lluvia entrando en el metro una tras otra en todas las direcciones un lunes a las nueve de la mañana. Pisadas perdidas pidiendo paso abrían espacio en una calle colmada de piedras donde tan solo se escuchaba la luz de la luna, pisadas que llegaban tarde hacían nudos entre ellas y tropezaban haciendo aún más ruido desconcertando a nuestro corriente chico invisible, que hizo la estatua y excavó con su mirada un trozo visible de cielo para llegar a la remota posibilidad, posibilidad al fin y al cabo, de que tal vez, solamente tal vez, fuesen los demás los pacientes de esta extrañamente anhelada invisibilidad, de una u otra manera él iba a estar al otro lado de la línea, exiliado en un trágico y opaco protagonismo. No nevaba.
Los charcos explotaban a cada paso y su metralla saciaba la sed de las eternas tortugas mientras la noche hacía pública su muerte cíclica con la aparición de los primeros rayos que van royendo la tierra hasta hacerla suya, convirtiendo el nuevo día en historia, la mañana es griega y la noche romana, la misma historia de siempre.
Aquellos pasos no le llevarían a ninguna parte salvo a él mismo, parecía estar extraviado en un campo de trigo, su mente agonizaba, no había camino en el camino, se palpó fuertemente el cráneo y dirigió un alarido animal a lo largo de la calle. Serenidad. Bajó los ojos, aumentó el volumen de su tórax con una gran bocanada y expulsó. Silencio. Ni siquiera las nubes amagaban movimiento.
El dueño de un café que adornaba aquella calle se disponía a abrir el bar con la mansedumbre de un hombre que apenas se acaba de levantar, era el momento en el que los estudiantes que iban a la biblioteca tomaban energía para afrontar otro día de estudio entre cafés, tapas y alguna que otra caña entre partida y partida de mus, todavía no había llegado nadie aunque no tardarían. El hombre entró en el bar, encendió las luces y comenzó a hacer esas cosas detrás de la barra que la mayoría de usuarios desconocemos pero que da la sensación de estar ocupados bajo la fiel música del cristal y los cubiertos, los trapos y las maravillosas servilletas arrugadas que crecen como setas bajo la barra.
Calmado y algo triste, abatido por el desconsuelo, entró a calentar las palmas de sus manos sudorosas con la taza de un café con leche. Empujó la puerta y buscó la esquina más alejada de la salida, se sentó alrededor de una mesa para cuatro dejando de barrera al resto de los taburetes delante del pasillo. Se recostó sobre la pared y dejó sobre la mesa aún grasienta del día anterior la cajetilla de tabaco y el mechero. En la barra, el dedicado camarero se afanaba por colocar los vasos sobre la estantería de madera, hace años esa madera era clara pero se ha ido ennegreciendo porque sacaba los vasos todavía calientes del lavavajillas y sudando vapor, al colocar los vasos boca abajo el aire se condensaba y las gotas penetraban en la madera ablandándola y tornándola oscura. Supongo que el paso del tiempo nos ablanda y oscurece un poco a todos.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Él era un chico corriente part. I [Microrrelato que participó en el festival de Torremolinos de este año]

Él era un chico corriente, otro grano más de arena empapado de salitre que miraba marmóreo al mar, como un girasol con collarín, vivía la mitad de su vida, la otra mitad la pasaba en vela sin poder soñar, por eso quizás el tiempo dibujó tan temprano ojeras en su rostro.
Su casa era un hostal de media pensión con derecho a pasar inadvertido a lo largo y estrecho de un dilatado pasillo, tan largo como se hace la garganta en un mal trago y donde un colchón siempre desnudo empujaba unas sábanas ásperas que asomaban por la puerta entreabierta de su cuarto.
Tenía el poder que tienen los grandes edificios en una ciudad plagada de ellos; la invisibilidad. Nadie reconocía ni prestaba su tiempo a aquel fantasma vestido de grano de arena salvo aquel bar que hacía esquina, siempre que pasaba por ahí podía sentir cómo traspasaban aquella pared de cristal los ojos de los parroquianos y sus córneas posándose en él, como un blanco cordero extraviado siente el punzón de cristal rojo en medio de su cuello en la fría y ciega noche. No había nadie alrededor de la multitud que se ahogaba en la corriente de una cotidianidad consecutiva y periódica, nadie. Descarriado en las entrañas de la ciudad sus oídos apuntaron hacia el seco y armonioso paso de un par de zapatos sin persona delante de él, era alguien invisible como él, como el viento de una tarde, cualquier tarde de Enero en Salamanca, que saca punta a los esqueléticos dedos de madera que aún no han sido amputados y señalan al cielo clamando auxilio en su silencio de savia seca. Tímido, se limitó a imitar el sentido y la dirección de aquel sonido hipnótico que le llevaría por el centro de la ciudad, calles estrechas, acogedoras, largas y robustas donde el ladrón encuentra su fuerte en oscuras esquinas que sesean en la sombra. Siguió aquellos pasos que le dieron el último empujón que le da el padre al hijo en bicicleta antes de batirlo en duelo con la inercia, como la caricia por el largo cabello femenino que termina en las puntas y acaba con lo que parece un liviano gesto de despedida, o quizás un hasta luego. Aquel sonido tan sobrio y sombrío le sonrió por última vez dejándole la batuta de sus propios pasos y movimientos en el peor de los momentos, buscando en una recta la velocidad centrífuga. Desapareció.
Él era un chico corriente y nunca le importó qué buscar sino dónde. Allí donde la imagen se descompone en millones de gotas saladas, en el embalse que aguanta en sus pulmones el peso de un suspiro de cristal a punto de caducar, en las calles empedradas con conchas de tortugas destinadas a aguantar el peso de la humanidad y, como una hormiga más, allí estaba él, borrando con su pisada otras pisadas que mañana borrarán la suya, sin saber que el olvido llama a la puerta cada día y que es doloroso que te arranquen el recuerdo de las entrañas, pero sólo duele al principio, cuando sabes que estás siendo robado, cuando el olvido actúa borra todos los puntos de apoyo de nuestro pasado, como también sucede con las pisadas que se pierden, el olvido las borra porque le dejamos pasar, es entonces cuando te caes. Pero a este chico el olvido no le importaba porque formaba parte de él, errante invisible delante de una calle apenas iluminada seguía sin saber qué buscaba, amor, dinero, sexo, diversión, una mirada par, un paraguas con goteras o un abrazo que lo supliera… mientras existiese un dónde el qué buscar no importaba.Pidió tiempo para pensar a un cigarrillo, sujetó un muro agrietado con su espalda, flexionó un pie contra el mismo y comenzó a inhalar rojo y a exhalar gris mientras pensaba con la mirada perdida adónde iría a parar el caudal de sudor que emanaban los poros de la palma de sus manos a través del curso que dictaban las arrugas, surcos cada vez más profundos.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Sin ton ni son

Vivo en el futuro, en la continua espera,
en la primavera,
congelo ideas en la nevera para una eternidad pasajera,
busco la paz, la calma y el sosiego,
alimento mi ego en ladrillos de lego,
siempre estaré para volver luego.
El mismo camino minado,
la misma rutina,
el mismo cigarro acabado en la misma esquina de un cenicero con forma de cero conforme sin uniforme de acero y con las prisas que la estéril ceniza otorga a los que esperan, y a los primeros..