viernes, 10 de septiembre de 2010

Colapso

Yace marmórea rodeada de tiza la figura de su pensamiento defenestrado. La locura le besó, sí. Le abrazo con sus brazos de seda espinosa y con el pulgar de su anular recorrió lentamente su oreja de arriba a abajo, como buscando el dial adecuado para una noche de soledad y pálpitos irregulares que distrajera aquel dolor que se había instalado en su cuerpo. La locura hizo nudos con su tejido cerebral hasta ahorcarle rodeado por un océano de gelatina rosa donde siempre reinó la misma diosa, la Locura.
Accedió a ser su simbionte, ¿quién puede rechazar una entrevista con ella? ¿o un contacto visual? ¿o aún más, un roce? Eso sí que era un buen viaje, un roce con sus caderas. Hasta ahora todo el que pasaba las yemas por sus caderas perdía la identidad, ¿recordáis ese dicho que dice "el que juega con fuego acaba quemándose"?, pues ella no daba segundas oportunidades ni te soltaba si la mirabas mordiéndote el labio.
¿Acaso no era eso lo que querías?

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