Es la hora del almuerzo. Entran en la casa casi sin tocar la madera blanquecina, casi sin caminar, no hablan, son fantasmas de algodón buscando el punzante alivio. El pasillo se hace tan largo como sus ganas de devorar a dentelladas la vida sin saber de las consecuencias de sus heridas. Llegan al salón,
Silencio.
Predomina una atmósfera marciana, ojos rojos e ingravidez. Miradas famélicas babean en nombre de Pávlov una nueva dosis oxidada que pronto olvidarán de regreso a la mentira. El hambre prima pero lo primero es el dinero…
M
O
N
E
D
as
sueltas caen en una alfombra huérfana llena de restos de cualquier cosa. Comienzan los sueños de rosa. La goma ahorca el brazo y muestra el camino de la libertad.
Allá vamos…
Pulmones hinchan el globo que les lleva. Las pupilas son el vinilo que replica la serenata de las ratas.
Caen al suelo fulminados.
Paz.
Es el sueño silencioso con los ojos clavados en un techo con zetas que escupen cal de vez en cuando. Nada les disturba en su cuna. Ya no están aquí pero volverán muy pronto con más hambre. El tercer mundo está en el 2º B de una calle de Madrid.