Algo tembloroso cogió el bolígrafo pero de pronto, cuando se disponía a escribir, sonó el telefonillo del portal, y de un salto su figura sombría se desvaneció del cuarto para teletransportarse de inmediato a la cocina, que es donde estaba dicho telefonillo, y contestar:
-"¡¡¿¿Si??!!
-"¿Está Ana?
-No...Te has confundido...
-¿Sabes en qué piso vive?
-No.
-¿Me podrías abrir para ver en los buzones, por favor?
Colgó. Colgó con la misma fuerza con la que arrugó aquella carta que seguía adornando la mesita de noche como una de esas figuras que adornan por defecto una casa y sólo hacen que guardar el polvo, colgó suave, casi sin fuerzas más que cuidadosamente. En realidad aquella llamada inoportuna le salvó de empezar a escribir una carta que no sabía ni cómo empezar. Sólo rondaba por su cabeza la primera de las escasas y últimas líneas llenas de borrones de aquella carta:
"Ambos sabíamos que que este día llegaría. Lo siento, lo siento tanto..."
Él sabía que algún día ella se iría, pero tan pronto no, no tan pronto. Ni siquiera le despertó, porque sabía que él no le dejaría irse, nunca, siempre entre sus brazos. Ahora estaría en su casa de las afueras de la cuidad, en su siempre limpia e impoluta casa de las afueras donde el radio de los brazos de él no llegaban a juntar ambos pechos en uno solo. Ahora estaría en su impoluta casa de las afueras haciendo...no lo sabía.
Decidió retomar la carta pero pasados diez minutos su postura encorvada permanecía inmóvil, el gigante papel seguía en blanco y una pregunta volaba sobre el cuarto que ni él podía formular, estaba cansado. De pronto se rompió la paz sepulcral con el sonido de su móvil, los párpados se abrieron hasta la nuca y mostraron sus ojos cristalinos, casi se cayeron al suelo pero no había tiempo para una cirugía improvisada. "¿¿¿Dónde coño está el puto móvil???" El sonido continuaba hinchando de música la casa pero el eco impedía su localización. Cada vez más tenso y nervioso levantaba, movía, tiraba y pateaba cualquier objeto que le cerrase el paso u ocultase cualquier objeto que a su vez ocultaba otro. Carcasas de cd´s, cd´s sueltos, bolígrafos sin capuchón, un calcetín divorciado que copulaba con una zapatilla bastante cerda, la caja de su cámara de fotos llena de cables que se apoyaba soberbiosamente sobre toda una pila de apuntes hasta casi tocar el techo.
Después de remover cielo y tierra apareció el maldito móvil con su maldita melodía de teléfono de toda la vida "ring ring...ring ring..." Descolgó impaciente:
-"¡Qué pasa tío!¿Te bajas a tomar unas cañas o qué?
Eran las ocho de la tarde del día siguiente a la despedida unilateral y lo que menos quería era salir a "divertirse" con sus amigos, pero quizás sería lo mejor. Despreocupado y sin prisa se vistió, intentó buscar la misma pareja de calcetines pero no fue posible, uno de invierno algo roto y negro y otro de verano blanco, menos mal que las zapatillas eran fáciles de encontrar.
La boca del metro estaba cerca, bajó por su laringe mecánica y una vez en su estómago tomó la dirección del encuentro. Afuera de las tripas de la cuidad se encontró con un gigantesco hormiguero, había muchísimas hormigas, todas en diferentes direcciones y sentidos y con olores infinitamente dispares que formaban una amalgama imposible de digerir además de ser tóxica, olía a vainilla en exceso, a hojas de menta, chicle de clorofila, olía a puta, a proxeneta a la parrilla, a humo del tabaco que fuman los coches y que el agua de ayer no se pudo llevar.
El primer bar estaba casi vacío y sus escasos ocupantes no se movían de la barra; al fondo una pareja hablaba afablemente y cerca de nosotros, que nos sentamos en tres taburetes cerca de la puerta, dos críos a la última con piercings y tatuajes comentaban sin mucho interés mientras sus dos amigas recién salidas del colegio de monjas, más animadas, ensayaban pasos de baile. Parecían teletubbies. Dos litros de cerveza, tabaco de liar y planes de futuro entremezclados con fútbol y, por supuesto tías, como no, eran la conversación de los tres amigos.
Él ocultó su problema y puso la misma cara de siempre adornada con una sonrisa, ambos mitigados por su mirada cómplice que nunca engañaba.
El siguiente bar estaba más animado, era el bar al que siempre solían ir pero no fueron antes porque todavía no estaría lleno, y, efectivamente, a esas horas ya había bastante gente y buena música, en cierta medida era un alivio.
Esta vez fueron copas para todos. La camarera ya sabía lo que querían y después de los típicos saludos y el "¿qué tal?", los vasos de whiskey con cola ya estaban a punto y preparados y la noche comenzó a animarse hasta que su corazón dio un vuelco cuando se giró y la vio entrar, era la chica misteriosa que se encontraba algún fin de semana de luna llena de sus primeros años locos de universidad cuando hacía el "triplete" de Jueves, Viernes y Sábado. Nunca se hablaron pero a él le hubiera encantado follársela, o que ella le hubiera follado a él. Pero esta vez no estaba dispuesto a disparar su mirada a bocajarro contra sus ojos y se dijo:
"Es la puta típica escena del puto típico chico al que abandonan y sale a emborracharse para olvidar y termina liándose con otra..."
Pero él sabía que eso no resultaría ni funcionaría, así que esta vez pasó olímpicamente, aunque ella nunca se hubiera percatado de su existencia.