martes, 21 de septiembre de 2010

La bibliotecaria

Y los pétalos rojos mancharon la pared de pecas.
El café frío y los ojos calientes, dos bocas que no dejaban escuchar una a la otra fumigaban la intención que nació en un beso hace mucho tiempo. El camasutra oxidado encima de un colchón nuevo era espectador del mensaje que el tedio telegrafiaba en suspensión en aquella atmósfera insípida, impoluta y transparente.
Cogió su regalo, puños de algodón y poliéster caían a golpes,casi toda una vida encerrada por una cicatriz metálica, y dejando una estela casi invisible de su aroma liviano hacia la puerta, permitió que esta marcara su perímetro con el último golpe de corazón.

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