lunes, 29 de noviembre de 2010

La casa (28-3-2010)

Vivo en un 3º, exactamente en el 3ºB.
Los vecinos de abajo son una pareja impar de policía y ama de casa bajo cuyo techo impera el poder unilateral de la ebria placa. Discuten por la existencia de imperfecciones provocadas por una mente uniformada que nunca supo amar. La ropa que ella tendía era morada y cuando había cocido para comer los huesos casi siempre estaban rotos. Ambos motivos también desencadenaban disputas con ganador amañado.
Los vecinos que lindan conmigo trafican con ilusiones. Reciben rápidas e inquietas visitas a cualquier hora del día como si fuera una farmacia de guarida (sí, guarida).
Cuando oía al hijo del policía llorar, pegaba la oreja a la pared que me separaba de los drogatas con el único fin de insonorizar aquel llanto. Sus diálogos basados en el esfuerzo por la autodestrucción del ser humano me proporcionaban cierto entretenimiento a la par que aplacaban un dolor intenso que se enraizaba en el piso de abajo y trepaba hasta mi alma.
Intentaban ser discretos pero mi solitaria curiosidad era más fuerte. Deduje que eran bastante sucios y poco hábiles con el menaje del hogar porque la mayoría del tiempo estaban hablando de polvo y cristal. Encerrados en casa con la televisión siempre encendida.
El hombre que vive en el 4ºB se está muriendo. Uno de sus dos hijos en arquitecto y vive en Japón, donde ha logrado ser un famoso y reconocido profesional y el otro se casó hace dos años y casi no les visita. Su mujer ha perdido la batalla contra la enfermedad de su marido y se refugia en el alcohol para mitigar el duro día a día.
Ellos no lo saben pero yo comparto y participo en su existencia, como si fuera parte del público que asiste silencioso y expectante a la representación que alguien tiene de la vida. Una vida miserable, una vida que aspira la vida en cilindros de colores o una vida que está dejando de serlo.
Vidas. Vidas al fin y al cabo que comparten un mismo sol cada mañana, inevitablemente.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Tanto siempre que nunca nada

Eres un ser errante, succionas lentamente consciente del placer que te provoca, es como la coca, como el líquido en tu boca. Sabes que deseas porque existes, te mueves como la guitarra, elevas tu brazo y enseñas las muñecas de marfil, blancas dispuestas a ser mordidas por colmillos de nicotina. Siempre acompañada y tan sola, tan ebria como la mentira, tan bella como el carmín derrapando en tu cara y tan loca como una cabra.
Tanto siempre que nunca nada.

martes, 16 de noviembre de 2010

Pasado imperfecto

Comenzó a enseñar los ríos que la palma de su mano dibujaba donde antes solamente había un puño cerrado como un gran punto y final. Sus ojos despertaron hinchados de albergar tantos recuerdos en una habitación custodiada por la anarquía. Media cama deshecha y miles de banderas a media asta sobrevolaban abatidas sin rumbo buscando medio millar de razones para.
Parece que el dolor desaparece. Un cigarro enciende sus pulmones, cansados de suspirar el insípido aire de segunda mano que le dejó el destierro. Sentado en la cama atravesaba curioso la ventana, trataba de restar importancia al leve dolor que le causaba el mismo latido, la tilde que rodaba hasta un suelo frío lleno de cenizas.
Y parece que el dolor desaparece, se apaga, emigra gramo a gramo y se va cerrando...

sábado, 13 de noviembre de 2010

Huellas en la lluvia

Lo siento pero hoy no he llegado borracho a casa. Siento no tener ese empujón que tantas veces me ha ayudado. No. Hoy no. Parece que se ha ido. Cerró la puerta tan fuerte como el acento monosilábico del agudo y me ensordeció hasta la estupidez. Ya no hay semen que fermente ni mente que sustente esta maceta con brazos de raíz. Ya no hay sol que fecunde la madera en lumbre ni cumbre a la que aspire escalar el hombre.
Sólo hay hambre por la codicia de coser palabras y hacer el mejor de los vestidos. Pero mis materiales son sueños caducos que se quiebran con cualquier gesto y apuesto que la tela se rasgará.
Creo que se ha ido y vosotros, lectores que compartís mi cama, seréis partícipes del abandono. Por eso os dono mis bienes materiales y os condeno al elixir del veneno en vena.
La pena errante que siempre deja la huella del delito del hambriento y su apetito.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Por la noche

Ella le espera en el coche con la música alta, las luces apagadas y mal aparcado. Mira tranquila por la ventana abrigada por la precocidad de la noche otoñal mientras paso a su lado fumando.
Él la espera sentado. Es un bar dedicado a eso y a todos los que nos gusta husmear por los bajos y grises fondos de la ciudad se nos erizan los pelos de la nuca cuando pasamos por su puerta y miramos de reojo su amarillento color interior, como unas bragas que llevan mirando al sol un verano entero. Él la sigue esperando pero no llega y apura el segundo cigarro mirando al suelo, da un trago al botellín y fuma de nuevo. Por fin llega, la agarra bien fuerte y sale con ella del bar más ligero que cuando entró. Su pulso se acelera, llegan al coche y sin mediar palabra enciende el motor. Ella le mira, los mira y los tres salen rápidamente al mismo sitio de todos los días.
Ella espera y mientras espera va bebiendo su vida y su belleza camuflada en polvos es tan sólo belleza repentina, aparece cuando su novio viene con ella del bar y se diluye a medida que su cerebro la va olvidando, poco a poco, tornando la ilusión en un rostro simiesco con hambre in crescendo que afila sus dientes y escama su piel.
Él vive por ella, la ama y cuida y cuando falla se vuelve loco, se muerde la lengua tan fuerte que sangra, escribe en sus nudillos con cal y sus ojos abandonan su estado natural y se convierten en agujas.
Ambos se engañan.