domingo, 6 de agosto de 2017

Cocaína negra

Huele a café. 
La cama se empapa del grano bullendo y la pituitaria se ensancha de gusto colombiano. Alguien está cocinando amor caliente a cinco metros. Cocaína negra. 
La luz despierta los sentidos y los pulmones vuelan hacia la ventana. Un cuerpo que sujeta unas bragas pálidas permanece inválido, de espaldas tobogán donde una lengua áspera jugó a ser crío de nuevo. Su látigo negro adivina los pocos lunares que se atrevieron a posar sobre su superficie extraplanetaria. 
Ella es lunar.

Se folla al café.




Por eso hierve.

Desde aquí

Desde aquí se pueden ver puntos voladores en el cielo. 
Todos habláis de trenes que van y vienen, trenes que se pierden, que se van, trenes que veis pasar.
Yo veo aviones a diario. Pasan cerca de las estrellas de las que tanto escribís, de la lejanía inalcanzable, de lo insuperable.
Decidme si podéis coger esos aviones que yo veo pasar, despegar y aterrizar. Ni siquiera los podéis ver. Los pies sobre la tierra, la cabeza debajo de la tierra. ¿La oís palpitar? 
Aquí no hay pasillo ni puertas de emergencia. Tampoco cinturones. 
Desde aquí pilotamos el cohete hacia la luna con un golpe fuerte y seco de nariz. Desde aquí hay un salto seguro a pintar el mejor cuadro borgoñés sobre el áspero asfalto empapado de colillas de Madrid. Acariciad el vagón. La caída no será la misma.
Los trenes se cogen, los aviones se doman.