martes, 30 de septiembre de 2008

Caos

Hay tantas cosas que querría decirte y que se han quedado escritas en algún papel de esta habitación, perdidas sin sur ni norte, sin suerte, sumergidas en el imperio del caos silenciosas comisuras cosidas forman parte de la historia del olvido guardando polvo en una mesa con velas violadas, champán templado y envoltorios de preservativos, envoltorios también al fin y al cabo.
Hay tantos barcos de vela a la deriva en estas venas, la ausencia del recuerdo es la cuerda en el cuello, áspera seca las cuerdas vocales y enmudece. Que nunca nos falte el recuerdo en esta anárquica habitación, que nunca dejemos de hacer el amor por no tener motivos, que follemos sin motivos. Mañana moriremos sin dejar legado alguno porque el olvido siempre gana, las personas siempre pasan y lo que queda es siempre nada.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Me dejaste entrar

Qué fácil es caminar por el filo de tus labios afilados limados por los míos, por donde siempre bebo tus suspiros, donde giran los jadeos que nacen en tu pecho y empañan mis ojos.
Qué fácil es dibujar en las nubes de tus labios con la yema de mis dedos, no hay falanges suficientes para disfrutarte, y tú estás llena de las huellas que me delatan, que se adelantan a mi intención de leerte en braille y se tatúan en ti, detrás de tus rodillas, allí se doblan los deseos hasta tu cuello, mazorca de carne que a veces desangraría porque me conviertes en animal irracional cuando bajas la persiana, cierras la puerta, te giras y me hablas con una mirada que lo dice todo.

martes, 23 de septiembre de 2008

Una de detectives

Por más que rascaba su cabeza no hallaba solución al crimen, un cuerpo que moría de un balazo en pleno vientre después de escupir entre sangre el nombre de Smith, dos mujeres sentadas en un sofá tan frío como cada una de las falanges de aquellas dos féminas que sujetaban un cigarro humeante mirada seria en blanco y negro, la mejor mirada para impedir descifrar lo que a uno le corroe en su interior, una mirada clara que no despierta ninguna duda o pocas pero que puede guardar en su interior cieno dispuesto a engullirte , como la mirada del calmado asesino que tiene planeada paso a paso tu tortura desde el primer golpe hasta el primer gatillazo que acabará con tu vida.
El detective Vic Calloway agitaba su café esperando que una respuesta surgiera del vaso o de las rojas bocas perfectamente decoradas de las mujeres que impasibles dirigían su lenta mirada por los recovecos de aquel salón manchado con un cadáver y su último aliento, Smith , en forma de pista mezclada con el humo del tabaco que les oteaba desde el techo para después lavarse las manos y huir por la ventana sin querer saber nada de aquel incidente, asesinato o como quieran llamarlo.
Ben Gallagher yacía en medio del salón, pasaba de largo la cincuentena el poderoso director del Central Bank que nadaba en su propia sangre en medio del salón y sentadas tomando café delante del banquero Mrs Gallagher y Miss Prize, la mujer, ya viuda, y amiga del cadáver respectivamente que parecía que estuviesen esperando a que el cadáver se levantase y gritase el nombre de su asesino.
Collins el criado apareció para retirar las tazas de café ya frías de la mesita, y si la mirada de las mujeres era lenta y de dos colores, la de Collins era casi imperceptible, la escondía bajo la humildad de una mirada baja siempre atenta a los objetos por recoger o limpiar, lo que suponía para el detective Calloway un gran impedimento ya que anteriormente todas sus preguntas habían tenido una respuesta perfecta como si se tratase de una canción de jazz en la que primero habla un instrumento y los demás le responden en plena armonía, pero sólo nuestro detective sabía que el jazz se basaba en la improvisación y sabía que desde las congeladas cuerdas vocales de aquellas mujeres de témpano solamente salían notas improvisadas una tras otra como si quisieran imitar a la jovencísima Ruth Lee Jones apodada ya Dina Washington que por entonces encandilaba a un público totalmente entregado a una mujer que deseaba estar una hora contigo esta noche*. Pero esta noche ya cerrada escondía unas manos que olían a pólvora, y por mucho que unos ojos guarden impasibles un secreto, no se ha de olvidar que el resto del cuerpo también habla y unas manos intranquilas que no dejan de fumar pueden revelar pequeños detalles que Vic apuntaba mentalmente.
Miss Prize era amiga de no hacía mucho tiempo de Mr. Gallagher y sabía de su cuantioso caudal y de su altanera reputación dentro del mundo de las finanzas, ella era una mujer de escasos treinta años, soltera con pocas amistades y un trabajo en el Mercado de la calle Hawthorn, en contadas ocasiones habían quedado para tomar un café y charlar amigablemente sobre los intereses, tantos por ciento, avales y nóminas, conceptos que escapaban al conocimiento de Miss Prize pero que no le importaban mucho si al menos disfrutaba de un tiempo de descanso fuera del estresante mercado, era una relación, si la podemos llamar de esa manera, recíproca, ella disfrutaba la compañía de un hombre interesante pese a su edad y él afianzaba una cliente más mientras pasaba un buen rato antes de volver a la rutina de la vida marital, los cafés siempre los pagaba él.
Mrs Gallagher era la típica mujer acomodada gracias al trabajo de su marido, joven para un banquero y bellísima, quizás radicaba cierta maldad en tanta belleza, pero no lo suficientemente bella para un hombre con tanto dinero, su única ocupación era mantener la casa limpia y hacer una comida que cuando mejor olía era cuando estaba cruda. Nunca quiso tener hijos con Mr Gallagher, consideraba tener hijos como una pesadez por no hablar del desgaste de una figura después de uno o varios partos, Mrs Gallagher dedicaba su tiempo a ella misma y a gastar el dinero que su marido ganaba fácilmente en ropa y pasatiempos. ¡Qué hubiera sido de Mrs Gallagher sino hubiera "pescado" a Mr Gallagher!

-"Miss Prize, ¿Le importaría enseñarme sus manos?", dijo el detective.
Miss Prize temblorosa extendió sus manos curtidas delante de la figura de Vic.
-"Es extraño...", meditó Vic, "...estas manos están manchadas con alguna sustancia negra, como si fuese aceite...¿Sabe de dónde ha podido salir Miss Prize?"
-"No, no lo sé...yo...no sé de dónde ha podido salir Mr Calloway"dijo extrañada Miss Prize.
-"¿Ha podido salir de un arma recién engrasada?", insinuó el detective.
-"¿¿¿¿Cómo???", exclamó sobresaltada Miss Prize, "Yo nunca he tocado un arma, me he dedicado toda mi vida a trabajar para construirme un futur..."
-"No me cuente su vida Miss Prize", interrumpió Vic, "Este arma que hemos encontrado en el jardín de su casa ha sido disparada hace escasas tres horas y rebosa aceite, al menos podría haber limpiado el arma después de haber disparado a este hombre..."

Horas después Miss Prize era conducida entre sollozos y gritos que aclamaban justicia a comisaría para leerle sus derechos.

Un muy buen plan, en realidad el silecioso y silenciado Collins fue el que, a órdenes de Vic Calloway, puso aceite de motor en la taza de café que sirvió a Miss Prize y solamente a Mrs Prize, el resto ya se lo imaginan todos ustedes.
Un muy buen motivo, el dinero de Mr Ben Gallagher, con su muerte su pobre viuda recibiría varios miles de dólares del seguro de vida de su marido más el dinero por la venta del Central Bank.
El amor, mejor motivo aún que unió a una mujer aburrida de su marido y obsesionada por el dinero con un detective de segunda que buscaba una rápida jubilación al lado de una bella mujer.
Collins hizo el mejor trabajo de su vida, colocar aceite en una pistola y tirarlo en el jardín de la casa, semejante artimañana le haría ganar el suficiente dinero como para sumirse en unas vacaciones permanentes rodeado de otros Collins.
Y como todo tiene un precio, Miss Prize tuvo que pagar un precio muy alto por encontrarse en el lugar menos adecuado, en el momento menos adecuado, en el Central Bank ingresando el poco dinero que ganaba en el Mercado de la calle Hawthorn mientras en el café de enfrente le observaban cautelosos Vic Calloway y Mrs Gallagher.






*Dina Washington, If I Could be with you one hour tonight (The Bessie Smith Songbook)


viernes, 12 de septiembre de 2008

Volver a empezar

Los pasos me seguían acompasados de madrugada, arriba al fondo nubes blancas densas ascendían lentas creando un áurea artificial y clara que rompía la pauta que rige la noche, la oscuridad se había interrumpido en aquel espacio no tan lejano que adornaba mi camino a casa, ahora había una esperanza de romper el sistema que gobierna la vida en esa brecha que rasgaba el cristal estelar, mientras apuraba un cigarrillo cabizbajo pensaba en si esos pasos me adelantarían si me parase a esperarlos, o si por el contrario serían fieles a una realidad que a medida que pasaban los días cuestionaba más y se descalzarían con un sonido apagado entre un pasillo que solamente conocían mis pies de puntillas y una luz que se asomaba por la puerta entreabierta de la cocina.
Nunca es tarde si estás en la cama medio tapada, si te levantas de madrugada y ves por el pasillo migas de pan en forma de pantalón, camiseta y calcetines, date la vuelta y busca entre las sábanas, seguro que me encuentras, seguro que te encuentro porque no sabes que me hago el dormido para ciego escuchar como la vida se concentra en tus pasos desnudos y en la presión sobre el colchón de tu cuerpo liviano que casi me mece entre algodón y células, después hacemos el amor y dejamos de cuestionar si el fin del mundo está a la vuelta de la esquina.

martes, 9 de septiembre de 2008

Maldito segundero

Maldito segundero, ahora que te necesito impasible me miras sin llegar a observarme desde la fría altura de tu palacio entre fogones que susurran gas y migas de pan en un suelo plagado de lápidas cuadradas. Maldito segundero encerrado sin tener adonde ir, tú nos mueves, nos colocas en la boca del metro, en su boca, dentro de un bar, aglomeras feligreses a la puerta de la iglesia, nos haces llegar tarde para ver como una puerta tras otra se queda a un centímetro de nuestra nariz, centímetro a centímetro entre cada segundo trescientos sesenta grados de locura entre la noche y el día el día y la noche. Maldito segundero tú nos ves crecer, podrías ser el padre de la humanidad salvo por tu propia inhumanidad que te convierte en destructor de tu propio creador, ahora me miras poderoso desde arriba y yo no sé qué hacer, pido que te pares pero continuamente impaciente avanzas con la monotonía de un sonido que golpe a golpe va clavando las escarpias donde cuelgan las fotos hechas recuerdo por ti mismo y que terminarás borrando de nuestra mente. Cuentas inquieto los segundos que le quedan a nuestro orgasmo en el que somos libres de ti, una vez terminado somos todo tuyos de nuevo, por eso paso la vida soñando que amo y amando el sueño de amarte porque no mueres cuando amo mas cuando no amo muero al ritmo de un maldito segundero.

lunes, 8 de septiembre de 2008