(O la capacidad de Héctor Alterio para transmitir)
Fuerte, veloz, amante exponencial, burlón, derrotador del tiempo sobre todas las cosas, Fred Astaire y Cortázar. El señor Alterio rompe espacio y tiempo, atraviesa generaciones y nos pellizca el cordis con un maldito gesto, una mirada al vacío o una caricia en la nalga. Él lo puede todo, nos puede a todos. Incluso jugar con un as en la manga delante de la muerte.
Cuando no sólo vale un guión ni un actor, allí está él, el hombre que junto a José Sacristán sumó como nadie Dos menos. Cuando sólo nos queda el amor sobre todas las cosas...
Lola Herrera, Lola, Lolita, bollito maimón, esponjosa mujer de sonrisa sedante, tranquila, es el pegamento que sujeta la vida de Norman a la barca en dirección Olvido.
Eduardo Galeano dibuja muy bien en El Libro de los Abrazos la síntesis (si es que se puede resumir un sentimiento) de esta obra, o parte minúscula de ella, con una sola palabra, Recordis, volver a pasar por el corazón. Ayer volvimos a viajar por la vieja carretera del recuerdo, giramos miradas hacia tiempos mejores, juventud no reñida con la prórroga de nuestras vidas.
Vivamos, salgamos a la calle, miremos a los ojos. No cuesta nada. Muramos mientras nos dejen porque ya no podremos hacerlo cuando el árbitro pite el final.
Este es nuestro último verano en el Estanque Dorado, celebrémoslo como nunca antes. Digamos adiós.
No. Nunca.
Digamos...
Hasta el próximo año.