Los golpes de las manzanas son dulces pero nadie se los come, podría ser perfectamente el título de un libro o de una canción, (me vino a la cabeza de Ivan Ferreriro). Podría ser el título que me cuelgo del cuello en estas líneas o mi fugaz Alter Ego.
Con frío y el estómago vacío mando este mensaje del que no espero respuesta alguna de miradas mudas. La dulce soledad de una manzana anoréxica, los muerdos que nos da la vida, y los que le dejamos de dar por no hincarle el diente al lugar del lunar. La soledad enterrada donde nadie pueda oírla, ahí sí está realmente sola y no cuando hablamos de ella porque se hace de rogar, es una puta mimada que siempre quiere estar en boca de todos, no como esos golpes que las manzanas se llevan fruto (nunca mejor dicho) de un rodante suicidio descuidado al borde de la mesa. La soledad nunca está sola por nuestra culpa, por eso deja de tener sentido cuando es nombrada, la soledad tiene que ser impersonal y manifestarse ausente, tiene que ser escrita sin nombrarse. Por eso nunca creí en la fidelidad de los cantantes, escritores y compositores que escriben corazón, pero no con el corazón, para hablar de amor o desamor, los que escriben con rosas rojas y no con pluma aman de manera standard y los que escriben cosas como esta piensan demasiado y se retuercen como el regaliz y los besos de tornillo.