Madrid es un paraguas color arco iris bajo el cual podría residir el mundo entero, de hecho ya lo habita. En la Gran Vía puedes observar en la puerta de una tienda oriental la cuidadosa técnica fumatoria del espigado dependiente, índice y corazón humeantes señalando al cielo, o en cualquier parque puedes perderte entre el verde a observar a gente dando un paseo, corriendo o simplemente perdiéndose como tú, es una ciudad tan inmensa que las cosas extravagantes o únicas tienen la casualidad de verse repetidas en cualquier lugar de la ciudad, la ciudad de los extremos.
Las entrañas enmarañadas de calles que bajan de la Plaza Mayor al Congreso son verdes y marrones, estrechas y acogedoras con poemas en el suelo que nunca se pisan por respeto. Los bares cercanos a las zonas de negocios huelen a humo de puro que deja entrever falsos apretones de manos y reflejan tras sus cristales un olor opaco a importancia revestido de etiqueta y sonrisa perfecta sin calvicie.
Es una ciudad desestructurada donde llegar tarde es llegar puntual, una ciudad que debería tener al menos treinta horas, treinta horas para amarte.
Madrid tiene
amigos
en
cada
puerto
y un infierno con candentes raíles donde un demonio te aguarda en cada parada.
Madrid puede ser Dirdam.
Solamente allí los pájaros son valientes, o quizás demasiado curiosos, y aterrizan a un palmo de tí preguntándote de una manera aterradoramente bella cómo te va el día, sólo en Madrid los lejanos pájaros asmáticos pueden formar un gigantesco collage y convertirse en un cuervo asesino, tan solo por un instante, ¿verdad?
Madrid eres tú en Monforte de Lemos, Madrid eres tú en la Calle Redondilla, Madrid eres tú desde el primer día en Méndez Álvaro, y yo no soy nadie sin vosotros.
Las entrañas enmarañadas de calles que bajan de la Plaza Mayor al Congreso son verdes y marrones, estrechas y acogedoras con poemas en el suelo que nunca se pisan por respeto. Los bares cercanos a las zonas de negocios huelen a humo de puro que deja entrever falsos apretones de manos y reflejan tras sus cristales un olor opaco a importancia revestido de etiqueta y sonrisa perfecta sin calvicie.
Es una ciudad desestructurada donde llegar tarde es llegar puntual, una ciudad que debería tener al menos treinta horas, treinta horas para amarte.
Madrid tiene
amigos
en
cada
puerto
y un infierno con candentes raíles donde un demonio te aguarda en cada parada.
Madrid puede ser Dirdam.
Solamente allí los pájaros son valientes, o quizás demasiado curiosos, y aterrizan a un palmo de tí preguntándote de una manera aterradoramente bella cómo te va el día, sólo en Madrid los lejanos pájaros asmáticos pueden formar un gigantesco collage y convertirse en un cuervo asesino, tan solo por un instante, ¿verdad?
Madrid eres tú en Monforte de Lemos, Madrid eres tú en la Calle Redondilla, Madrid eres tú desde el primer día en Méndez Álvaro, y yo no soy nadie sin vosotros.