viernes, 27 de septiembre de 2013

Every little thing's gotta be just right

El viento en contra nos estiraba la piel a 90 millas en dirección al sol por aquel desierto pajizo. Casi sin tiempo para cruzar miradas sobre el infinito cemento envejecido. Tu largo pelo abanderaba la ilusión por devorar la vida todavía viva, con sangre en los incisivos sabedora de que el pulso algún día acabaría. Pero no ese día. Tu sonrisa de perfil se reía de las veces que la luna salía, chulesca a mostrarse a los humanos, especie a la que optamos dejar de pertenecer la noche que desistió nuestro pulso acelerado antes del primer beso. Vi tu sangre en mi piel y compartimos dos vidas en un circo cíclico. Tus labios nunca estuvieron tan rojos y la noria no dejaba de girar, avanzando hacia el sol. Palomitas y algodón de azúcar manchado de nuestro adn. Mis manos en el volante de tu cintura del asiento trasero en un parking cualquiera de un pueblo cualquiera del Big Sur. Tan largo como tus piernas rocosas donde oleadas de océano se mezclaban con mi saliva. 
Tan tú que dejé de ser yo por momentos hasta que los efectos de la última sacudida empezaron a desaparecer.
Fumamos y bebimos, decidimos cuándo llegaría la mañana tumbados viendo los lunares de la piel del cielo. Te mordí el tuétano. No te quejaste, así que roí tus costillas hasta desnudarte en cualquier servicio de cualquier gasolinera de cualquier pueblo costero de California.
Tenemos que viajar más, dijiste. No sabías que ya viajaba en tu corriente sanguínea, que aquel viaje en coche automático por una línea recta de arena y sal dividida por rayas de farlopa amarilla era la mejor de mis excusas para cavar en una felicidad mutua. 
Yo no contesté. Te besé y casi nos salimos de la estrecha carretera pero nunca me miraste temblorosa, teníamos tanta confianza uno en el otro que jugamos a la ruleta rusa con el revólver que compramos al hippie excombatiente de Vietman que nos quiso vender marihuana violeta. Nunca volverá a ser el mismo. Nunca volveré a ser el mismo, y te lo agradezco. En la salud y en la enfermedad, en la noche ebria y en la mañana de ojeras, cuando más guapa estás. Con tus cicatrices a flor de piel, siempre pero nunca más.
Cualquier motel de cualquier lugar, no existe diferencia en cuanto a sábanas viejas que han recibido esputos de amor y sudor relavadas con suavizante de seven eleven. Neones vestidos de puta europea a la entrada, nadie a la vista. Amor que se disuelve en una jeringuilla de sexo, gota que enraíza en líquido ajeno y se vuelve uno, crece ecuación con resultado de dos, par singular (2=1).
Todavía recuerdo la cuerda de miel rojiza que desplegaba tu labio, dulce mordisco depredador.
Siempre ahora.

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