jueves, 19 de noviembre de 2009

Él era un chico corriente [Part. III]

“Hola. Me pones un café con leche, por favor”
El camarero seguía ordenando los vasos, que montaban guardia en línea militar, mientras el chico lanzaba su mirada en parábola como una jabalina hacia el exterior a través de la ventana, como esperando algo o a alguien, adivinando que nadie vendría a salvarle. Encendió silencioso otro cigarrillo en aquella esquina con el fin de construir un cuarto en un metro cuadrado de paredes con ladrillos de nicotina y pegados con alquitrán. En medio de la masa ruidosa lo mejor es colocarse los cascos con la música a todo volumen, es otra manera de gritar y él gritaba para dentro succionando el cigarro y escupiendo cortinas de humo, convirtiéndolas en breve biombo que le ocultaba de nadie.
Los primeros que entraron en el bar fueron dos chicos que todavía dormían de pie, apenas hablaban. Dejaron sus mochilas en dos taburetes delante de la barra y pidieron dos cafés bien cargados, uno se sentó todavía con la cazadora puesta y con las manos rezando entre las piernas, clavó ensimismado su mirada en la mesa hasta que su compañero llegó presto con las dos tazas bien calientes. Hablaban del sueño, del frío y de las pocas ganar de ponerse a estudiar al son del cubierto que mareaba el café. Oteaban la taza concentrados y giraban la cucharilla en contra de, como si se tratase de un ritual que hiciera retroceder el tiempo para ganar horas de estudio.
En ese bar uno podía ser o bien un estudiante o un borracho, y el solitario no encajaba en ninguno de los dos patrones. Tenía la juventud del universitario y el ebrio cansancio que convierte al ser humano en muerto viviente desterrado de su tumba de neón y cristal. Parecía que pasaba inadvertido. Pasaba el tiempo, y el reloj de su paciencia se agrietaba lentamente…

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