miércoles, 1 de diciembre de 2010

29-11-10

Van y vienen, se desplazan, suben y bajan, taxi, metro o autobús, besos y maletas, adioses y hasta luegos otro frío lunes.
Un hombre consume su cigarro en la entrada de la estación de autobuses. Advierto por su fachada cierto aire de ultramar. Gorro azul marino, gafas, barba de viejo lobo de mar que dejaba entrever un cuello orgullosamente descubierto cuando noviembre empieza a dar sus últimos coletazos. Apura su humo y desaparece casi sin darme cuenta.
Dentro de la estación la gente duerme. La cafetería llena de medias miradas que atraviesan sin querer cafés, aperitivos, mesas o incluso el suelo. Nadie habla y me siento culpable del contagio anímico de todos los presentes. Me refugio en los lavabos tranquilamente. Su luz es cálida y contrarresta con un suelo líquido y oscuro que se la traga a cada paso. Como en un concurso televisivo compruebo cuál de las puertas azules tendrá el mejor premio, pero no espero y entro en la primera que se encuentra entreabierta (de todas maneras nunca hubiera ganado). Cierro la puerta y mis ojos se hacen oídos. Si en la estación nadie hablaba, los servicios deben de ser lo más parecido a un santuario, o a un cementerio, en medio de la silenciosa marea que apunta a todas direcciones. Hay teléfonos en la puerta y paredes con nombres de hombre rogando amor furtivo. Me bajo los pantalones y me veo en el suelo. Siempre he pensado que un cuarto así sería el perfecto escenario en el que un yonqui terminara con su vida. Allí terminé con parte de la mía, abrí la puerta y me fui sin mirar a nadie.
Era (es) un lunes gris, de esos lunes que pasan desapercibidos, un lunes que llena el baúl de todos esos lunes sin salida, lunes sin solución tangible.
Lunes que se van y vienen, se desplazan, suben y bajan...

1 comentario:

Diario de Arquímedes dijo...

Los servicios de las estaciones suelen ser muy frios a la par de silenciosos.