sábado, 18 de julio de 2009

El ruiseñor

Salimos bajo la complicidad que nos proporcionaba la oscuridad una noche de verano sin sueño, paseamos por las entrañas del bosque y balanceamos nuestras piernas sentados en una rama junto a un ruiseñor que silbaba, solamente hacía descansos para llenar el vaso de whiskey y dar un suave beso al vaso. Mirábamos atravesando el bosque buscando paz y sosiego, dejamos atrás el ego aunque sabíamos que volveríamos a buscarlo luego. Tanta vida en silencio, tantos poros abiertos oteados por aquel ruiseñor como un oscuro faro alado. Miles de ramas pero sólo una en la que estábamos.
A veces elegimos, otras nos eligen y la mayoría de veces ni siquiera lo sabemos.
Salimos bajo un cielo apenas estrellado con ganas de bebernos la vida, deambulamos pos sucios bares en los que nos sentíamos como en casa, de pie o sentados siempre había una conversación, un cigarrillo a medias y, cómo no, un gran vaso de cerveza adornando nuestras manos con las que esgrimíamos en un mapa el plan perfecto para solucionar desde la crisis mundial hasta el once inicial del sádico deporte del cuero. Tanta gente gritando, tantos ojos absorviendo momentos regados en felicidad etílica de fin de semana, tantos vasos vacíos besados, y olvidados.
Siempre elegimos, siempre sabemos lo que hacemos, aunque nos equivoquemos.

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