domingo, 19 de julio de 2009

De nuevo tarde. Tarde de nuevo.

Llegaba a casa como la niebla, impredecible, oliendo a lupanar, a tugurio, dando asco al sentido visual, era uno de los caídos del reino celestial. Miraba al cielo enojado, la luna creciente se reía, más que sonreía, de él. Las horas se acabaron camino a casa. Buscando motivos sin saber si aún seguían vivos entre las muecas del asfalto, vía láctea de microorganismos que madrugan para hacer el pan. "Toma, te regalo el litro". Golpe de suerte, futuro dolor de cabeza matinal donde las ganas de desaparecen mientras dormita un domingo en ascuas predecesor de la rutina monótona, mecánica, mo, me, mo, me, mo, me y vuelta a empezar.
"Mi mamá me mima". "Padre nuestro". "Ponme otra"...
El cataclismo contra el colchón con forma de cráter era inminente, y no dejaba de ser la rutina de fin de semana que sustentaba los motivos de encontrar la esencia encerrada en ese jarrón llamado
fe li ci dad.

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