domingo, 12 de enero de 2014

Dulce Emilia

Emilia, desorientada y perdida. Bañada en recuerdos que se cruzaron en su camino como una autoestopista que guarda memorias del conductor que la recoge. El gran secreto de la vida, la casualidad que abre ese cajón lleno de polvo llamado pasado.
Muy pocas veces los gestos y las miradas habían establecido una comunicación tan profunda y fluida en una obra en la que a veces las palabras sobran.
La familia, ese refugio contra adversidades se ha convertido en una rueda con fugas que gira y gira hasta un posible accidente mortal y moral. El aire se escapa y sus personajes se van asfixiando paulatinamente mientras cada uno intenta remar en un esfuerzo personal e intransferible contra su propia corriente; el amor que nunca existió, el abandono y la mentira de un matrimonio ficticio.
Todos lo saben pero nadie afronta la cara más dura de la vida: la verdad cuando duele.
Menos mal que él, o ella, siempre está ahí cuando se le necesita.

El Amor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Una historia que me conmueve y que me inquieta, porque sus personajes intentan amar y, aunque no lo sepan, lo están haciendo mal. Amor como posesión, amor como gratitud. Amor en forma de culpabilidad. Amor incondicional, amor-sacrificio” y continúa, “se lastiman mientras intentan quererse, sosteniendo una convivencia trabajosamente feliz que los protege y los asfixia”.
Eso me contó Tolcachir, el genio que ha parido a esta Emilia que esta noche me ha encogido un poquito el corazón. Por tantas cosas...

Porque habla de amor, pero también de cuando el amor no alcanza. Y de miedos: a que no te quieran, a que te abandonen, a que no sea verdad la realidad que construiste… Miedos del propio Tolcachir, miedos de tanta gente… Y es que al final, como dice Emilia, “No hay que olvidarse de la gente que nos ha querido mucho”.