lunes, 25 de octubre de 2010

Elena

Sus ojos se iban despidiendo lentamente de la consciencia. Yacía en una cama anciana, en ambas mesitas que escoltaban el colchón reposaban marcos sin fotos, Elena decidió borrar unos recuerdos que dejaron de pasar por su corazón hace ya mucho tiempo y que la dejaban en flaqueza, ella siempre achacaba esa debilidad a la sed de los niños de su vecindario.
La precariedad de sus familias les impedía disfrutar de los batidos que vendía el doctor cuando a golpe musical pasaba por la manzana con su bata y furgoneta blancas. En las noches oscuras esos niños y niñas se escapaban de casa con las mugrientas pajitas de los batidos que otros niños se podían permitir y habían arrojado al suelo, y se colaban en casa de Elena.
Ellos sabían que Elena estaría enjaulada sin llave en su periplo voluntario hacia una inconsciencia que trataba de sobrevivir agarrándose al cuello de sus arterias. Entraban casi todas las noches oficiosas hormiguitas empuñando la sucia pajita multicolor y cuando el primero de ellos giraba el pomo de la muerta de la habitación con la cautela y sigilo del cobarde francotirador, una leve luz violeta penetraba sus ojos convirtiéndolos en grandes platos vacíos con pecas de pan marrón, verde y azul.
Una vez Elena se despertó y pudo ver a través de aquel zarpazo entre la puerta y la pared cientos de ojos con pupilas que abrían la boca enseñando blancas y brillantes pirañas dispuestas a desnudar cualquier cuerpo. Ante la sorpresa Elena se sobresaltó y los niños y niñas se convirtieron en blanca efervescencia que las grietas del suelo de madera se tragaron.
Elena nunca tuvo tiempo de agradecerles por haberla devuelto a la consciencia. Pero aquella noche, como casi todas, Elena no se despertó y aquel zarpazo en la pared comenzó a vomitar pequeñas sombras que infestaron el dormitorio. Sólo la tenue luz de escasos rayos besando la ventana que velaba el mudo tormento de Elena dibujaba parte de un puzzle que había sido visitado en múltiples ocasiones por las polillas; pelo enredado, dientes rotos, collares incompletos, camisetas de colores que viajaban hacia el gris, pantalones mordidos y uñas negras rodeaban a Elena en un carroñero círculo perfecto.

1 comentario:

Mayte dijo...

no me gustan....las polillas!
;)