lunes, 27 de abril de 2009

Yendo

Ella estaba detrás de mí y no me atrevía a mirarla pero creo que giraba su mirada hacia la ventana para que yo la observase sin piedad y tatuase cada milímetro de su piel en un recuerdo que alimentase mi impaciencia hasta que, por deseo del destino, nos cruzásemos en la ciudad.
Ella no sabía quién era.
Nuestras miradas no se cruzaron.


"Como la última vez, la última noche en París, paseando, ella venía hacia mí cruzando la calle, y era su cuerpo y su vestido y su pelo y su forma de andar, y la sensación que transmitía: ¿soledad?, ¿no?, ¿qué? No lo sé, pero esa sensación nos atraía a medida que nos acercábamos, nos atraía mutuamente -y los ojos, más que los ojos, ¿qué?-, nos arrastraba por dentro y por fuera cuando nos cruzamos, fue más maravilloso que el sexo, más maravilloso que hablar, más mágico que llegar a conocernos alguna vez. Bueno, no estuvo tan mal después de todo"

Shakespeare nunca lo hizo, Charles Bukowski

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que pasaje tan increíble