lunes, 7 de octubre de 2013

Sólo pájaros

Hace calor y la gente se refugia en sus hogares. Solamente los cobardes pájaros muestran su curiosidad hiperactiva en este parque cercano al centro de la ciudad.
Un hombre de pelo abierto y camisa canosa combate con su pasividad el afán indomable de los pájaros. Lo acompaña toda su vida encerrada en dos bolsas marrones. Quizá sólo tenga eso. Quizá no necesite más. Coca-cola, i-phone, un coche nuevo, amor de revista y una casa con vistas.
Son los desheredados de nuestra generación del consumo. Los que han tenido la suerte de ser olvidados, de pasar desapercibidos. Los violinistas callejeros, los nómadas, los que no tienen cuentas bancarias y se dedican a contar los pájaros a golpe de calada en los bancos de este complejo residencial de alto standing, apto sólo para los ignorados. Rodeados siempre de pájaros. 
Tan solos.
Algunos se acercan a la gente, hablan con ellos, cualquier temática es buena para colorear una tarde maravillosa, una tarde más. Tabaco, porros, impuestos, se quejan sin malicia entre insultos sucios. Poco los diferencia de los trajes que se ahogan con un nudo windsor allá arriba, entre escaños sordos con un futuro seguro y firme, como el cemento en el que estamos plantados casi todos nosotros.
Sólo quieren hablar, sólo quieren ser escuchados porque un día dejaron de serlo. Por eso algunos se refugian en las venas con tráfico azul y sangre. 
Al final, siempre se quedan sin gasolina.
A Antonio le han regalado un puro seco, le ha hecho mucha ilusión a pesar de estar casi roto. Dice que es "fósil de tabaco" y enseña una sonrisa indolente. Antonio es sinónimo de paz porque no padece. Decidió agarrarse a la vida esnifando pegamento. 
Antonio simplemente está. Que es algo que todos queremos. Continuar.
Después explica el motivo de su hilaridad. Y es que le gusta echar el humo. Yo no lo miro, mi baja y empapada mirada sólo llega a ver cómo las espinillas de Desi, un compañero de Antonio que acaba de llegar, se van muriendo poco a poco entre avispas heroinómanas. Desi sólo escucha, probablemente sus oídos estén taponados por la sal de un océano blanco, en calma.
Es una residencia exclusiva, los cuatro metros que les rodean les pertenecen, vayan donde vayan ese territorio es suyo, como si una fuerza de repulsión invitara al resto de no-desheredados hacia su hogar dulce hogar. 
Como una especie de peste a la que me estoy acostumbrando.

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