viernes, 5 de noviembre de 2010

Por la noche

Ella le espera en el coche con la música alta, las luces apagadas y mal aparcado. Mira tranquila por la ventana abrigada por la precocidad de la noche otoñal mientras paso a su lado fumando.
Él la espera sentado. Es un bar dedicado a eso y a todos los que nos gusta husmear por los bajos y grises fondos de la ciudad se nos erizan los pelos de la nuca cuando pasamos por su puerta y miramos de reojo su amarillento color interior, como unas bragas que llevan mirando al sol un verano entero. Él la sigue esperando pero no llega y apura el segundo cigarro mirando al suelo, da un trago al botellín y fuma de nuevo. Por fin llega, la agarra bien fuerte y sale con ella del bar más ligero que cuando entró. Su pulso se acelera, llegan al coche y sin mediar palabra enciende el motor. Ella le mira, los mira y los tres salen rápidamente al mismo sitio de todos los días.
Ella espera y mientras espera va bebiendo su vida y su belleza camuflada en polvos es tan sólo belleza repentina, aparece cuando su novio viene con ella del bar y se diluye a medida que su cerebro la va olvidando, poco a poco, tornando la ilusión en un rostro simiesco con hambre in crescendo que afila sus dientes y escama su piel.
Él vive por ella, la ama y cuida y cuando falla se vuelve loco, se muerde la lengua tan fuerte que sangra, escribe en sus nudillos con cal y sus ojos abandonan su estado natural y se convierten en agujas.
Ambos se engañan.