jueves, 17 de diciembre de 2009

I.E.S Fernando de Rojas

Volví tras mis propios pasos, cada vez estaba más cerca de aquel sitio donde me enamoré por primera vez de verdad, donde conocí a los que hoy conservo como amigos, donde fui delegado sin ni siquiera saberlo al segundo año, mi segundo y último año allí. A cada paso un recuerdo, la vieja rotonda era ya una señora rotonda, pasos de cebra pulidos pero los mismos bares, los mismos pasos casi diez años después. No pude evitar esbozar una sonrisa cómplice con un pasado que me guiñaba, un pasado reencontrado, tan cerca y tan lejos.
Diez años.
Las aulas eran las mismas, el bedel más gordo, casi tan redondo como mis pupilas empapándose de un gran pasillo vacío y amarillo que esperaba el terremoto provocado por un timbre que nos proporcionaba tantas alegrías y disgustos.
Antes de irme me di un paseo por sus arterias, tan solas, tanta calma, es otro aire, fue vida que no supimos ver en su momento o es vida que supimos ver en su momento y aprovechamos, un tesoro revalorizado que sólo ven las arrugas. Subí al último piso, pasé por esa esquina donde el primer día de clase me apoyé, no conocía a nadie y, bueno, parece que fue bien porque al segundo año era elegido delegado por delante del popular Jorge Borrego. No debía de ser tan popular. Pasé por delante de mi clase, ahora hay menos alumnos que antes y ya no se puede fumar en aquellas escaleras que no daban a ningún sitio en las que cada descanso subíamos a encender nuestros pulmones. Seguí recorriendo las puertas y en la siguiente observé una cara conocida, mi profesor de inglés, estuve a punto de interrumpir su dedicada lectura al periódico para refrescar su mente y decirle que ya, por fin, era licenciado en Filología Inglesa, diez años después. Pero nunca fui un alumno de ese tipo, mi sitio estaba con los bedeles. Supongo que ésto es ahora lo que fue aquel maravilloso instituto donde conocí a mis amigos actuales y en el que me enamoré por primera vez de verdad de una chica que hace muchísimo tiempo dejé de saber de ella, Paola Sánchez López, su padre se llama Lucas...(¡Hasta luego...!)
Fue un gran viaje a diez minutos de casa que me hizo volver diez años atrás, diez años más joven, más tonto (aún si cabe), más ilusionado...Más Nacho.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo hace años que no piso el instituto, pero es bonito ver como se acuerdan de ti. Me alegro que todo te vaya muy bien. Un beso. Paola