jueves, 24 de enero de 2008

La peor pesadilla es no soñar nada

Confiaba en seguir perdiendo el tiempo combatiendo la inspiración que no llegaba mientras en su pecera particular finos hilos de carburante ascendían en forma de humo que despedía un cigarrillo, tenía un martillo con el que clavaba su mirada cristalina en lugares sin importancia y las extensiones de sus manos apuntaban, arañaban y toqueteaban nerviosas por doquier mientras su cuerpo respondía al letargo de once horas de pesadillas con músculos estirándose intentando alcanzar lo imposible y un bostezo que provocó una lágrima que alimentaba unas legañas de miel y descendía por el tosco rostro descuidado del hombre que solamente pensaba en escribir lo que nunca pudo decirle.

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