miércoles, 12 de mayo de 2010

Salamanca

Aquí todo sigue igual...siempre digo que la ciudad nunca cambia sino las personas que viven y pasan por ella.

Aquí lo único vivo es el recuerdo de cada uno de ellos que se estampa para siempre en la piedra dorada, hoy bajo el paraguas de un cielo amenazante.

jueves, 6 de mayo de 2010

Contigo sin presupuesto

Cuando haya huelgas por un beso

dame el máximo interés en la fusión de nuestros labios.

Mientras una caricia no tenga precio

llévame a la quiebra con el baile de tus manos.

9º puesto en el certamen de relato corto Ciudad de Cartagena El tamaño no importa, léelo

[ http://wwwe.cartagena.es/concursoMicrorrelatos/ranking.asp ]

jueves, 29 de abril de 2010

Ayer soñé

Si me acuerdo de ti no lo tengas en cuenta
pues los sueños forman parte del mundo de la inconsciencia.

jueves, 22 de abril de 2010

Dedos eléctricos

Una vez dijeron que mis dedos eran eléctricos. Me enamoré de semejante adjetivo que cautivó mi ego. Soy escritor y borracho. Fumador de almas. Esponja de ojos enjaulados en un cuerpo que no para de moverse en ambientes turbios, nocturnos, seductores y oscuros.

Mis dedos son eléctricos y queman las yemas de la luna llena. Lamen los enjambres y juegan con la aguja que inyecta el placer. Amo la sobredosis de excesos y la copa que llora y siembra de alcohol la barra de cualquier bar. Toco todas las notas con los surcos de mis dedos chispeantes pero no me quiero, no me quiero.

Mis dedos son eléctricos y rasgo con ellos las paredes de un cuarto que me limita. Borro las fronteras que no alcanza vuestra vista y te hago volar. Te quiero seducir sin edulcorantes, como antes de que se inventara el amor. Mis motivos son secretos a voces, son coces que escuecen a mis detractores, actores.

Mis dedos son eléctricos, son pura vida en su máxima expresión. Son golpes con sabor a hueso roto. Mis dedos soy yo, sois vosotros. Seguid dándome motivos para…

domingo, 18 de abril de 2010

Se fueron al arrecife de la fe los abrazos vacíos sin sentido que quise dar a los desconocidos. Volví por el foro que atrás dejé y violé las normas que me ataban a una cadena consecutiva de coherencia sin fruto ni ciencia, sin sexo que alimente ni carroña que se deje querer.
Atrás lo dejé, la pena y la escoria, las venas cargadas de gloria que borbotan cadenas montañosas
de puños alzando la voz del escritor por vocación, por bocazas del tirón de bolso que no compensa
el chute en plena pradera limpia y verde, verde como las esperanza de tus ojos que vierten anhelo de un mañana mejor, pero imposible.

martes, 2 de marzo de 2010

El destino

El destino es una teja de leche en un día de viento.

Después de leer

Fue un domingo triste, como la mayoría de los domingos, envuelto en un silencio gris que bañaba las calles y empapaba a los transeúntes que la ensuciaban. La tarde empezaba a vestirse de luto cuando entré buscando refugio en el café Alcaraván con el propósito de leer un par de capítulos de Las pequeñas virtudes, libro de Natalia Ginzburg.
En esta ocasión el camino no fue verdaderamente importante, sino el resultado. Después de leer y abonar un té verde que se quedó frío salí a la calle con otra perspectiva de mí mismo. Una sensación rara, sedante y turbia me invadía placenteramente mientras dirigía mis pasos hacia la fachada de la universidad. Miles de líneas aparecían y solamente deseaba escribirlas antes que se secaran, deseaba escribirlas sin apenas digerirlas. Sentía el brazo derecho, el que sujeta la pluma y tanto me ayuda a volar, más caliente que su hermano. Sentía la necesidad de escribir sin saber que aquel efecto duraría apenas unos minutos más. Bajé la calle Libreros mirando al suelo y pensando en el rápido y desgarrador movimiento del cocodrilo que dura escasos segundos, escasos metros. Si el animal lo aprovecha tendrá alimento, por el contrario si su víctima se percata de su presencia y tiene la suerte de huir, el cocodrilo se volverá, cansado por el esfuerzo inútil, al pantano. Mi mente era un cocodrilo que devoraba a cada paso. El único problema fue que no había víctima.
Me giré, alcé la cabeza y observé a la famosa rana incrustada en la calavera. Después de leer aquellas líneas con las que tanto me sentí identificado una parte de mí se apagó momentáneamente, justo el tiempo que duró aquel éxtasis silencioso. Después de leer me sentí incapaz de relacionarme con el resto del mundo, no articulaba las palabras como las suelo articular, me mostré pausado con una mirada tan transparente que no decía nada. Todas las palabras querían hablar de lo que había leído y después del típico “Hola, ¿Qué tal?” tan sólo quería volver a pensar en aquellas letras que unidas han tenido más significado que cualquier bandera.
Después de leer pensé que aquel libro me había leído a mí.