Y ahí estaba ella, imponente e impertérrita, jugando con los valientes que se atrevían a mirarla. Era el siglo XIX y su media sonrisa sólo era perfecta porque sabía, en la distancia, a ácida picardía que siempre atraía cierta complicidad. Sus ojos daban la razón a sus labios.
Con ella perdí mi timidez porque sabía de sobra que su cara no mutaría ni aunque le mostrara todas mis intenciones, por lo que podía insinuarme de todas las maneras, incluso de las que no conocía, se podría decir que me enseñó a conocerme un poco más.
La única máscara que nos separaba era aquella pared de cristal que la rodeaba, dispuesta a ser desnudada por cualquier ojo preparado para perder una batalla.
Es una mujer valiente y vertiginosa que fuma con una larga boquilla negra desafiando al estrato masculino. Es todas las mujeres en una y cada vez que la vuelvo a ver vuelvo a perder una batalla que no me importa perder, porque gano al volverla a ver y siento que pierdo cuando le vuelvo la espalda.
6 comentarios:
debe ser una mujer muy grande para ser todas en una... que suerte quererle! que suerte su seguridad y sus ojos!
Una sonrisa a la que le ha gustado mucho tu café de hoy!
¿No daría miedo que existiese en realidad?
Hacía mucho que no pasaba por aquí y acabo de leer las entradas anteriores. Increíble, como siempre. Las palabras exactas para que pueda sentir cada una de las cosas que escribes.
Nunca lo dejes de hacer.
:)
Es maravilloso que alguien a quien no conozcas te enseñe un poco más de ti... =)
una mujer que capaz de ser todas las mujeres a la vez...
es maravilloso leerte (sobre todo cosas así)
"y siento que pierdo cuando le vuelvo la espalda"... no hay más que añadir.
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