Casi no quedaba nada de aquel cuerpo reventado en la carretera que velaban los mosquitos con babero. El hueso de la nariz aparecía entre la seca mucosa apuntando al cielo y servía de palillo a las hambrientas gotas negras y rojas. De su vientre salía un puño abierto y agrietado que clamaba al cielo la pregunta que siempre sigue a una muerte accidental, sus costillas dejaron de abrazar a la carne para exhibirse a un público impasible con la mirada fija en el resto del camino.
Volvía satisfecho del trabajo, la paja y el verde eran un paso de cebra natural alejado de los raíles del maquinismo y del alquitrán kilométrico que acaba siempre en cascada hacia destino. Gafas de sol contra Helios, brisa con prisa que entra por un resquicio de la ventana y dedos que replican al son de una canción cualquiera.
Dos mariposas enamoradas de pronto pintan la luna del coche de rojo y blanco.
Algo que parece un gato evaporándose y fundiéndose lentamente con una nube de mosquitos observa tan impasible como el conductor que le mató a la eliminación del amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario