Atrapados en una botella no tuvimos más remedio que compartir el aire. El licor nos llegaba a los tobillos y el cielo se cerraba hasta una pequeña nube de corcho. Nuestros pechos trotaban enfrentados y la punta de cada nariz, fría como el acero de un sable, tentaba a ciegas un duelo de tímidos cartílagos. No podíamos mirar más allá, porque no había más distancia que los escasos centímetros que dividían la curiosidad de unos ojos mudos y paralelos. No vestía perfume pero su sencillo aroma corporal superaba los pocos grados del charco y me transportaba a viejos recuerdos, que siempre son viejos. Viajé y la perdí de vista.
Ojalá fuera tan fácil como abrir los ojos para volverla a ver.
2 comentarios:
¡¡Me uno a tu deseo!. Un saludo y buen fin de semana
Es tan bonito lo que dices que me produce un sentimiento simultaneo de romanticismo y asco....
Iré a comprar una botella de vino a ver si me captura de un suspiro y me encuentro a alguien que me embriague a besos o por lo menos olvido los de otros.
Publicar un comentario