La luz gris caía sobre el suelo perezosa, como en paracaídas, el agua invadía la faz terrestre en un día lento como el tiempo, cuando parte y separa.
La Esperanza estaba de vacaciones anticipadas y la Fe mendigaba en la misma esquina que veía camino al trabajo, con un gorro de lana sucio y bigotes del color de la uva de cartón. El suelo era un espejo de cebra bañado por tres colores donde nadie se atrevía a tirarse de cabeza, la Cautela un paraguas triste que lloraba a borbotones y el calor del hogar un Agosto en Abril.
Las miradas, siempre atractivas a la inspiración del curioso, hoy se encogían de hombros declaradas en huelga, cerradas por cese de negocio, traspasadas, despedidas o difuntas. La vida se escapaba cuesta abajo hacia el sumidero más próximo sumada a colillas y besos sin ganas.
La vida hoy era lo único sin la importancia de un nombre propio, el acento perdido y la bala encasquillada.
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