Aquella noche que terminó siendo día nadie le condujo por esas calles, no fue el viento, no fueron esos pasos que creyó haber oído, él estaba allí y no en otro lugar porque debía estar allí, como si el destino lo hubiese escrito a su apetito, hambriento por poner entre la daga y el muro a un chico cualquiera, un chico invisible, a un maldito afortunado que había tomado quizás el camino equivocado, camino al fin y al cabo, sabedor de que solamente en la nieve, fantasmas o no, todos dejamos atrás las huellas de nuestros pasos.
Pero allí seguía sin nevar.
Pero allí seguía sin nevar.
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