En tu yugular miles de agujas nerviosas buscaban el salto al precipicio de tu bomba roja.
Las calles hablaban pisadas en pretérito y nadie volvía la mirada, mis ojos desnortados se anclaban en coordenadas escritas en una servilleta de bar, seca, rugosa y cuadriculada.
Me he perdido en una ciudad que te ofrece una alfombra llena de cenizas cuando pagas el peaje de la A6.
Subo con bolsas llenas de conversación a tu casa y la impaciencia hace grietas en los cuerpos difuminados. Nos hemos olvidado de los años pasados y parece que los recuerdos pesan demasiado.
“¿Dónde está el whiskey?”
Hay hielos en la mesa de la cocina, mis amigos discuten en el pasillo, se quieren mucho y nadie sabe que se van a divorciar. Me tomaré la copa caliente mientras pisamos el techo de unos vecinos que nunca faltan a misa de 12. Eva y su novio hablan con Laura, están sentados en dos sofás que hacen ele, comparten una mesa llena de cadáveres de pipas de calabaza y posavasos de un bar de Amsterdam donde alguien del piso quiere recordar las neuronas que se fueron con el humo.
“Ahora vengo, voy al baño.”
Por lo visto aquel cuarto de baño fue tierra de cultivo de conversaciones de mierda que nadie se acuerda y algún pitillo de coleta gris al lado del jabón de manos. Nunca fue testigo del luto al día siguiente. Pobre Jesús, nunca se quejó del Chernobyl que dejamos atrás.
Me han encerrado en una casa con amigos y sólo puedo saltar por una de las dos ventanas que dan al parking del Alonso Cano 99.
Necesito verte más a menudo. Siento haber dejado de escribir en tu costado donde mis sueños soñaban con agujas de tinta en tu epidermis.
Lo siento, he perdido la forma y las formas. Soy más viejo y tengo menos sueños inmateriales. Ahora imagino con letargo y respiración pausada. Debo volver a rajarme las venas con las hojas de aquellos libros empapados en polvo pero tengo agujetas de correr alrededor del reloj.